Se sanciona la "LEY 8871 conocida como Ley Saenz Peña"
General de la Nación
Quiera el pueblo votar".
Con esta frase el por entonces presidente Roque Sáenz Peña sintetizó el espíritu de la reforma electoral que él mismo impulsó y se sancionó durante su gobierno.
El 10 de febrero de 1912 el Congreso sancionó la ley 8871, más conocida como Ley Sáenz Peña, que logró instaurar la transparencia en los sufragios y la representación de las minorías a través del sistema de lista incompleta.
Hacía su aparición el voto secreto, universal y obligatorio y, tras años de lucha, se pudieron llevar a cabo elecciones sin que la sombra del fraude oscureciera sus resultados. Escuchar a las minorías
"Yo aspiro, señores senadores y señores diputados,. a que las minorías estén representadas y ampliamente garantizadas en la integridad de sus derechos. Es indudable que las mayorías deben gobernar, pero no es menos exacto que las minorías deben ser escuchadas, colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascendente del país", había afirmado Sáenz Peña dos años antes al asumir la Presidencia de la Nación.
El mensaje del flamante presidente cobraba especial importancia si se tiene en cuenta que, hasta el momento, el partido que resultara ganador en las elecciones imponía todos los candidatos de la lista. A partir de la sanción de la ley 8871, dos tercios de las bancas se asignarían a la primera minoría y el resto a la segunda.
Y fue precisamente Sáenz Peña quien redactó e impulsó el debate parlamentario de la norma que hoy se conoce con su nombre.
Por entonces, eran comunes los grandes y alevosos fraudes que impedían que la voluntad popular se expresara sin condicionamientos.
Los comicios solían realizarse a cielo abierto en los atrios de las parroquias y los sufragantes debían indicar su voto en voz alta o por escrito.
Era común que los dueños de los campos fueran a votar por sus peones o que los grupos de choque votaran en varias mesas diferentes. "Votamos en nueve parroquias"
"Ese día yo encabezaba unos 60 buenos muchachos y votamos en nueve parroquias", dice un testimonio recogido en el diario La Tribuna, propiedad de Héctor Varela.
El dueño de ese mismo diario se jactaba en plena Cámara de Diputados: "¿Hay alguno que ignore que en todos los registros figuran los nombres que se ponían en 1852 y que Serapio Ludo y Felipe Lotas han de aparecer votando?"
Según Félix Luna, las elecciones de 1874 fueron tal vez las más irregulares.
"Hubo actas que llegaron al Congreso manchadas y se tuvo que fabricar un escrutinio que adjudicara arbitrariamente los sufragios a autonomistas y mitristas", explica el historiador.
La ley 8871 vino a cambiar exactamente esta historia de fraudes, transas y matones. El sistema electoral se hallaba viciado desde el inicio y, por ese motivo, era necesario darle más claridad a los actos eleccionarios.
El voto secreto, universal y obligatorio garantizaría, de allí en adelante, la libertad del sufragio, la imposibilidad de fraguar los padrones y una manera de combatir la apatía electoral y propiciar la integración de los hijos de inmigrantes.
Las primeras elecciones libres se celebraron ese mismo año en Santa Fe. Con una asistencia mayor que nunca en la historia, se impusieron los radicales, que durante años se abstuvieron de participar de los comicios como una manera de reclamar la tan necesaria reforma.
Cuatro años después, Hipólito Yrigoyen accedía a la Presidencia y puso fin -al menos durante unos años- a décadas de hegemonía conservadora.
Informe: Ricardo Quesada Especial para LA NACION LINE
Con esta frase el por entonces presidente Roque Sáenz Peña sintetizó el espíritu de la reforma electoral que él mismo impulsó y se sancionó durante su gobierno.
El 10 de febrero de 1912 el Congreso sancionó la ley 8871, más conocida como Ley Sáenz Peña, que logró instaurar la transparencia en los sufragios y la representación de las minorías a través del sistema de lista incompleta.
Hacía su aparición el voto secreto, universal y obligatorio y, tras años de lucha, se pudieron llevar a cabo elecciones sin que la sombra del fraude oscureciera sus resultados. Escuchar a las minorías
"Yo aspiro, señores senadores y señores diputados,. a que las minorías estén representadas y ampliamente garantizadas en la integridad de sus derechos. Es indudable que las mayorías deben gobernar, pero no es menos exacto que las minorías deben ser escuchadas, colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascendente del país", había afirmado Sáenz Peña dos años antes al asumir la Presidencia de la Nación.
El mensaje del flamante presidente cobraba especial importancia si se tiene en cuenta que, hasta el momento, el partido que resultara ganador en las elecciones imponía todos los candidatos de la lista. A partir de la sanción de la ley 8871, dos tercios de las bancas se asignarían a la primera minoría y el resto a la segunda.
Y fue precisamente Sáenz Peña quien redactó e impulsó el debate parlamentario de la norma que hoy se conoce con su nombre.
Por entonces, eran comunes los grandes y alevosos fraudes que impedían que la voluntad popular se expresara sin condicionamientos.
Los comicios solían realizarse a cielo abierto en los atrios de las parroquias y los sufragantes debían indicar su voto en voz alta o por escrito.
Era común que los dueños de los campos fueran a votar por sus peones o que los grupos de choque votaran en varias mesas diferentes. "Votamos en nueve parroquias"
"Ese día yo encabezaba unos 60 buenos muchachos y votamos en nueve parroquias", dice un testimonio recogido en el diario La Tribuna, propiedad de Héctor Varela.
El dueño de ese mismo diario se jactaba en plena Cámara de Diputados: "¿Hay alguno que ignore que en todos los registros figuran los nombres que se ponían en 1852 y que Serapio Ludo y Felipe Lotas han de aparecer votando?"
Según Félix Luna, las elecciones de 1874 fueron tal vez las más irregulares.
"Hubo actas que llegaron al Congreso manchadas y se tuvo que fabricar un escrutinio que adjudicara arbitrariamente los sufragios a autonomistas y mitristas", explica el historiador.
La ley 8871 vino a cambiar exactamente esta historia de fraudes, transas y matones. El sistema electoral se hallaba viciado desde el inicio y, por ese motivo, era necesario darle más claridad a los actos eleccionarios.
El voto secreto, universal y obligatorio garantizaría, de allí en adelante, la libertad del sufragio, la imposibilidad de fraguar los padrones y una manera de combatir la apatía electoral y propiciar la integración de los hijos de inmigrantes.
Las primeras elecciones libres se celebraron ese mismo año en Santa Fe. Con una asistencia mayor que nunca en la historia, se impusieron los radicales, que durante años se abstuvieron de participar de los comicios como una manera de reclamar la tan necesaria reforma.
Cuatro años después, Hipólito Yrigoyen accedía a la Presidencia y puso fin -al menos durante unos años- a décadas de hegemonía conservadora.
Informe: Ricardo Quesada Especial para LA NACION LINE
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