Muere en Adrogué (provincia de Buenos Aires) el psiquiatra Lucio Meléndez. Luchó contra las epidemias de cólera y de fiebre amarilla. Fue el primer profesor de patología mental en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Nació en Buenos Aires en 1844.
Lucio Meléndez Médico psiquiatra
Nació en La Rioja en 1844.Murió en Adrogué (Buenos Aires) el 7 de diciembre de 1901.
Meléndez fue el primer docente de psiquiatría de Buenos Aires y un esclarecido científico. Era hijo de un emigrado chileno, José Reyes Meléndez, y había nacido en La Rioja en 1844. Desde pequeño, evidenció un gran interés por la medicina y el estudio de la naturaleza, y era habitual verlo diseccionando aves silvestres, para estudiar la anatomía animal.
Por esta temprana vocación, fue enviado a hacer sus primeros estudios en Córdoba, y luego a Buenos Aires, para realizar los estudios médicos en la Universidad de Buenos Aires.
Pronto, la guerra con el Paraguay lo distrajo de sus estudios. Participó en la contienda como flebotomista y médico general, y luego tuvo que participar en los servicios de asistencia pública obligados por las epidemias de cólera y fiebre amarilla de 1869 y 1971.
Cuando la guerra culminó, regresó a sus estudios, y se graduó en 1872, con una tesis sobre Aneurismas externos. De inmediato, Meléndez comenzó su carrera docente, en las Cátedras de Dermatología y Nosografía Quirúrgica, y sus prácticas de medicina psiquiátrica, como director del Asilo de San Buenaventura, a partir de 1876.
Fue en esta institución donde Meléndez logró sus grandes conocimientos de psiquiatría, especialmente a partir de la práctica forense. Volcó esta experiencia en las aulas, reconociéndose no como un profesor teórico, sino como un maestro pragmático. Muchas de sus clases, por ejemplo, se realizaban en el Asilo, y Meléndez explicaba las patologías mentales a sus alumnos al pie de la cama de algún enfermo.
Al frente del Asilo, que para fines de siglo se denominó Hospital de las Mercedes, primero, y luego, Hospital Nacional de Hombres, Meléndez organizó los pabellones de locos delincuentes.
También propuso a la Municipalidad de Buenos Aires, en 1879, el proyecto para fundar una Colonia de Alienados en una zona rural. No obtuvo aprobación de las autoridades municipales, aunque el proyecto permaneció, y sería llevado a cabo por su sucesor, Domingo Cabred. La intención de Meléndez con la colonia rural era dar término al hacinamiento que tenían los hospitales de la ciudad, atestados de enfermos provenientes de las provincias.
En 1886, Meléndez ganó el concurso para proveer de profesor titular a la Cátedra de Enfermedades Mentales, por entonces en establecimiento. Se cumplía así su sueño principal, ya que había promovido la creación de esta Cátedra durante muchos años. Sin embargo, en sus primeros tiempos, el curso no tuvo muchos inscriptos, en especial porque la asistencia a clase no era obligatoria, y porque los alumnos se empeñaban en no cumplir con muchas disposiciones reglamentarias. Acerca de estos problemas, Meléndez decía que "El estudiante de estos tiempos es muy difícil (...). No puede usarse con ellos el régimen empleado en las escuelas comunes, pues pasaron la edad; y si la facultad no los trata con el rigor que las ordenanzas establecen, no asisten nunca a clase y se revolucionan contra el profesor, validos de que no perderán el año ni se les aplicará pena alguna de las establecidas. Si a los alumnos se les dejara descansar un poco, comer mejor y no se los fatigara tanto en el Clínicas, a la mañana, rendirían mucho mejor."
No sería él quien vería la Cátedra asentada, sino aquellos que continuaron su obra: Domingo Cabred, José Borda, Arturo Ameghino y Gonzalo Bosch.
En 1892, junto a un grupo de jurisconsultos y médicos destacados, Lucio Meléndez fue convocado para participar de una comisión, a iniciativa del intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Miguel Cané, para proyectar una "ley de alienados". Sin embargo, la comisión no llegó a formarse.
Al año siguiente, se jubiló como director del Hospicio y se retiró a su hogar en Adrogué, lejos de las aulas y las salas de los hospitales. En esa casa, falleció en 1901.
Meléndez fue un gran científico y un gran médico psiquiatra. Se encargó de afirmar la idea de la importancia de la herencia en la patología mental y de sentar como norma para los estudios psiquiátricos la práctica de la medicina forense. Fue también un prolífico escritor (compuso más de 110 trabajos especializados) y colaborador durante años de los Anales del Círculo Médico Argentino y de la Revista Médica Quirúrgica.
A su muerte, la comunidad científica le realizó un sentido homenaje y Ameghino lo llamó "el bautista de la psiquiatría argentina".
Nació en La Rioja en 1844.Murió en Adrogué (Buenos Aires) el 7 de diciembre de 1901.
Meléndez fue el primer docente de psiquiatría de Buenos Aires y un esclarecido científico. Era hijo de un emigrado chileno, José Reyes Meléndez, y había nacido en La Rioja en 1844. Desde pequeño, evidenció un gran interés por la medicina y el estudio de la naturaleza, y era habitual verlo diseccionando aves silvestres, para estudiar la anatomía animal.
Por esta temprana vocación, fue enviado a hacer sus primeros estudios en Córdoba, y luego a Buenos Aires, para realizar los estudios médicos en la Universidad de Buenos Aires.
Pronto, la guerra con el Paraguay lo distrajo de sus estudios. Participó en la contienda como flebotomista y médico general, y luego tuvo que participar en los servicios de asistencia pública obligados por las epidemias de cólera y fiebre amarilla de 1869 y 1971.
Cuando la guerra culminó, regresó a sus estudios, y se graduó en 1872, con una tesis sobre Aneurismas externos. De inmediato, Meléndez comenzó su carrera docente, en las Cátedras de Dermatología y Nosografía Quirúrgica, y sus prácticas de medicina psiquiátrica, como director del Asilo de San Buenaventura, a partir de 1876.
Fue en esta institución donde Meléndez logró sus grandes conocimientos de psiquiatría, especialmente a partir de la práctica forense. Volcó esta experiencia en las aulas, reconociéndose no como un profesor teórico, sino como un maestro pragmático. Muchas de sus clases, por ejemplo, se realizaban en el Asilo, y Meléndez explicaba las patologías mentales a sus alumnos al pie de la cama de algún enfermo.
Al frente del Asilo, que para fines de siglo se denominó Hospital de las Mercedes, primero, y luego, Hospital Nacional de Hombres, Meléndez organizó los pabellones de locos delincuentes.
También propuso a la Municipalidad de Buenos Aires, en 1879, el proyecto para fundar una Colonia de Alienados en una zona rural. No obtuvo aprobación de las autoridades municipales, aunque el proyecto permaneció, y sería llevado a cabo por su sucesor, Domingo Cabred. La intención de Meléndez con la colonia rural era dar término al hacinamiento que tenían los hospitales de la ciudad, atestados de enfermos provenientes de las provincias.
En 1886, Meléndez ganó el concurso para proveer de profesor titular a la Cátedra de Enfermedades Mentales, por entonces en establecimiento. Se cumplía así su sueño principal, ya que había promovido la creación de esta Cátedra durante muchos años. Sin embargo, en sus primeros tiempos, el curso no tuvo muchos inscriptos, en especial porque la asistencia a clase no era obligatoria, y porque los alumnos se empeñaban en no cumplir con muchas disposiciones reglamentarias. Acerca de estos problemas, Meléndez decía que "El estudiante de estos tiempos es muy difícil (...). No puede usarse con ellos el régimen empleado en las escuelas comunes, pues pasaron la edad; y si la facultad no los trata con el rigor que las ordenanzas establecen, no asisten nunca a clase y se revolucionan contra el profesor, validos de que no perderán el año ni se les aplicará pena alguna de las establecidas. Si a los alumnos se les dejara descansar un poco, comer mejor y no se los fatigara tanto en el Clínicas, a la mañana, rendirían mucho mejor."
No sería él quien vería la Cátedra asentada, sino aquellos que continuaron su obra: Domingo Cabred, José Borda, Arturo Ameghino y Gonzalo Bosch.
En 1892, junto a un grupo de jurisconsultos y médicos destacados, Lucio Meléndez fue convocado para participar de una comisión, a iniciativa del intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Miguel Cané, para proyectar una "ley de alienados". Sin embargo, la comisión no llegó a formarse.
Al año siguiente, se jubiló como director del Hospicio y se retiró a su hogar en Adrogué, lejos de las aulas y las salas de los hospitales. En esa casa, falleció en 1901.
Meléndez fue un gran científico y un gran médico psiquiatra. Se encargó de afirmar la idea de la importancia de la herencia en la patología mental y de sentar como norma para los estudios psiquiátricos la práctica de la medicina forense. Fue también un prolífico escritor (compuso más de 110 trabajos especializados) y colaborador durante años de los Anales del Círculo Médico Argentino y de la Revista Médica Quirúrgica.
A su muerte, la comunidad científica le realizó un sentido homenaje y Ameghino lo llamó "el bautista de la psiquiatría argentina".
SAN AMBROSIO
(340 – 397)
Hijo de un prefecto de pretorio de las Galias, Ambrosio pertenecía a una familia cristiana. Sin embargo, conforme a una costumbre de la época, en vigor sobre todo en las grandes familias, según la cual se retardaba e; bautismo hasta la edad adulta y aun hasta la víspera de la muerte,el niño no fue bautizado.
Huérfano muy pronto, sin embargo pudo, gracias a la solicitud de sus tutores, hacer en Roma serios estudios de gramática, de retórica y familiarizarse con los autores griegos.
Habiendo entrado en la administración imperial, se le asignó Milán, con el título de “Consular” de la provincia de Liguria-Emilia.
En el ejercito de sus funciones tuvo que intervenir para el mantenimiento del orden, a la hora de la elección del sucesor del Obispo Auxencio. En efecto, el difunto era un mantenedor del arrianismo; y aunque tenía sus partidarios, el colegio de electores y el conjunto de los fieles, en mayoría, habían permanecido fieles a la ortodoxia. Valentiniano l había aconsejado “escoger un hombre cuya vida pudiese servir de ejemplo”. La sesión era agitada. Y al hablar en favor de la paz, Ambrosio se mostró tan persuasivo que se vio en él, ya no al funcionario encargado de lograr la calma momentánea, sino al Pontífice capaz de restablecer definitivamente la concordia. Se escuchó una voz que gritó: “¡Ambrosio Obispo!”, y la muchedumbre la repitió con entusiasmo delirante. “Vox populi, voz Dei” . . . La elección por aclamación fue ratificada por el emperador Valentiniano. En el transcurso de algunos días, de algunas semanas a lo más, el recién electo recibió todos los sacramentos, desde el bautismo hasta el Episcopado. Esto ocurría en el año 374. Ambrosio tenía alrededor de 34 años.
Pero este obispo improvisado carecía aun de los primeros rudimentos de la teología. ¡Qué responsabilidad la del cargo de unstruir a los demás siendo uno mismo ignorante! Consciente de la importancia de esta misión, Ambrosio se arrojó con avidez sobre la Sagrada Escritura, luego sobre los aotores cristianos de los dos siglos precedentes, en particular sobre los griegos. Sin embargo, enseñar es la mejor manera de aprender: él mismo se comprenetraba de la doctrina cristiana al exponerla a su pueblo de manera familiar, en parábolas y alegorías, como el Evangelio.
Predicando todavía más con el ejemplo, se despojó de su patrimonio en favor de los pobres, y no temió llegar hasta vender los vasos preciosos de su Iglesia para rescatar cautivos. Su eloguencia y su prestigio se ganaron la confianza y vencieron las últimas vacilaciones de un joven retórico recién instalado en Milán: Agustín, el futuro obispo de Hipona.
Muy pronto se extendió su fama, y su influencia se ejerció mucho más allá de su diócesis. En el año 381 estuvo en el Concilio de Aquilea, que destituyó a varios obispos arrianos; luego se reunía con los obispos del Vicariato de Italia para condenar el apolinarismo; y en el Concilio de Roma de 382 su nombre figura en las actas inmediatamente después del nombre del Papa San Dámaso, antes de los de San Epifanio de Salamina y San Paulino de Antioquía.
Doctor en constante ejercicio por la enseñanza de las verdades de la Fe, Ambrosio tenía que ser al mismo tiempo el defensor de la ortodoxia. Lo fue, hasta enfrentarse, cuando se ofreció el caso, a la insolencia de la herejía y a las descaradas manifestaciones del paganismo expirante. La Emperatriz Justina trata de restaurar el arrianismo en Milán y de concederle una de las basílicas: el obispo desbarata hábilmente la maniobra. En el año 382, el Emperador Graciano manda demostrar la estatua de la Victoria que desde el reinado de Augusto estaba entronizada en el Senado. Los senadores paganos se amotinan, Graciano es asesinado, y ellos explotan la debilidad de su sucesor, Valentiniano ll, un niño de l2 años, para volver a la carga. Su delegado, el fogoso Símaco, pronincia un discurso inflamado. La respuesta de Ambrosio echa por tierra toda su argumentación: aquella estatua no volverá a su antiguo lugar.
En 388, en Calinicum, en la lejana Provincia de Osroene, en el curso de enardecidos enfrentamientos, una sinagoga judía fue quemada por monjes. El Emperador Teodosio resuelve que sea reconstruida a costa del obispo, a quien se considera como responsable. ¿Medida de tolerancia y aun de justicia, diríamos ahora? ¿Pensaba Ambrosio que los judíos eran los primeros fautores de perturbaciones y que la comprención concedida los haría todavía más arrogantes y nefastos? El caso es que en plena ceremonia, no temió apostrofar públicamente al Emperador exigiéndole que anulase su orden. ¡Júzguese por esto del extraordinario ascendiente del obispo sobre la mayor autoridad del mundo a la sazón! “El Emperador está dentro de la Iglesia; no está por encima de ella”, exclamó sin temor el Pontífice.
Eso mismo se hizo todavía más notable cuando ocurrióla matanza de Tesalónica en 390. Habiendo sido muertos algunos funcionarios durante un motín, el emperador había ordenado terribles represalias. Llamada al circo so pretexto de una representación, la población fue exterminada en masa, sin distinción de inocentes y culpables; y a la traición del procedimiento se agregó todavía el herror del crimen. “Si los reyes delinquen, los obispos no deben dejar de corregirlos con justas amonestaciones”. El obispo excomulgó al emperador. Y cuando éste, para excusarse si no para justificarse, invocó el ejemplo del Rey David que había hecho matar a Urías, le respondió el Prelado: “Bien: si lo habéis imitado en el crimen, imitadlo ahora en la penitencia”. La penitencia fue terrible, penitencia pública y prolongada conforme a las costumbres de la época. El príncipe, dominado, subyugado, sufrió esos riesgos y la humillación ante los ojos de su pueblo, rindiéndole además a su vencedor este testimonio: “Entre todos los que yo he conocido solamente Ambrosio merece verdaderamente el ser llamado Obispo”.
OBRAS
Este Doctor es un pastor más que un retórico. Lo cual quiere decir que su enseñanza es más práctica que especulativa. Su cátedra no es la de la Iniversidad sino la de su catedral. Y sus lecciones están más impregnadas de Psicología que de Metafísica.
Por lo demás, su gran cultura literaria siembra sus escritos de citas, o al menos de giros tomados tanto de los autores cristianos como de los profanos, griegos y latinos. “San Ambrisio, dice Fenelon, sigue la moda de su tiempo: le da a su discurso los ornamentos que en su época eran de gran estima”. . . “En él late la tradición de la antigüedad. Los dos escritores cuya imitación es más notable y a menudo demasiado marcada en el genio de Ambrosio son Tito-Livio y Virgilio. Creo poder agregar a Cicerón y Séneca. . . Hay bellos reflejos de la antigüedad en el desigual estilo de su discípulo cristiano. Y lo que hace falta en la forma está compensado por la excelencia del fondo” (Villemain, St. Ambroise, en Biographie universelle). “Aun en los pasajes más austeros hay locuciones que parecen venir de Lucano, de Terencio y aun de Marcial y Ovidio” (B. Thamin, St. Ambroise et la morale chrétienne au lVe siècle, c. Vll).
En cuanto a los escritores aclesiásticos, sus antepasados o sus contemporáneos, Ambrosio conoce sobre todo a Clemente de Alejandría, Orígenes, Dídimo, San Basilio. Una obra exegética primeramente, el Hexamerón, seis libros de homilías sobre episodios del Antiguo Testamento que le proporcionan los temas de exposiciones dogmáticas o de exhortaciones morales: El Paraíso terrenal, Caín y Abel, los Patriarcas, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, los profetas y santos personajes, Elías, Tobías, Job, David sobre todo, cuya apología hace, y del que luego comenta doce salmos, particularmente el ll8. En cuanto al Nuevo Testamento no se posee de él sino un Comentario del Evangelio según San Lucas, en l0 libros.
A ejemplo de Filón, Ambrosio ve en los Patriarcas “las leyes vivas y razonables”, que los cristianos no solamente deben admirar y alabar, sino sobre todo seguir. Nada hay, aun sus faltas, incluidas en el relato bíblico, que no se juzgue con una extrema indulgencia, pues se presentan como “misterios” más que como actos culpables.
En el dominio doctrinal, San Ambrosio se dedica sobre todo a combatir al arrianismo. El tratado “Sobre el Espíritu Santo”, en tres libros, y en fin “El misterio de la Encarnación del Señor” son refutaciones de la herejía al mismo tiempo que exposiciones dogmáticas.
El libro “de los Misterios” y el otro “de los Sacramentos” son lecciones de catecismo sobre el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, dedicados a los recién bautizados.
A propósito de los “Deberes de los ministros”, libro calcado sobre el “De oficiis” de Cicerón en cuanto al método, pero de una inspiración auténticamente evangélica, después de dirigirse primeramente a los clérigos, San Ambrosio trata ampliamente de los principales puntos de la moral cristiana.
“Lo que separa profundamente la moral del Padre de la Igleisa de la del moralista pagano es la noción justa del fin último y la certeza de una vida futura en que la virtud será recompensada y el vicio castigado. De aquí, como consecuencia inmediata, el desprecio de los bienes terrenales, pero un desprecio racional, acompañado de inefables esperanzas y que no rompe, como la apatía estoica, los resosrtes del alma” (R. P. Charles Daniel: La morale philosophique avant et après l’Evangile).
En su tratado sobre “La Fe”, dedicado al emperador Graciano, San Ambrosio expone claramente sus intenciones y el modo que caracterizan sus escritos: “ En el momento de partir para la guerra, oh piadoso emperador, me pides un tratado sobre la Fe cristiana. . . Yo quisiera mejor exortar a la Fe que discutir sobre la Fe. Exortar a la Fe es hacer de ella una ferviente profesión; discutir es un acto de presunción. Y tú no tienes necesidad de ser exhortado, y yo mismo, ante un piadoso deber que cumplir, no me sustraigo de él: puesto que la ocasión de ello se me ofrece a mí, voy a emprender, con una modesta seguridad, una discusión en que se entremezclarán algunos razonamientos y muchos textos escriturarios”.
Vienen en seguida varios opúsculos sobre las Vírgenes y la Virginidad, de los que uno está dedicado especialmente a su hemana Marcelina; otro está destinado a las viudas.
Tres oraciones fúnebres, las de los emperadores Valentiniano y Teodosio, luego la de su propio hermano Satyrus, verdadero grito de dolor y de amor fraterno. Un vehemente discurso contra el obispo arriano de Milán, Auxencio.
En cuanto a los himnos compuestos por San Ambrosio, aunque siempre expresan alguna verdad de fe, evidentemente no son tratados doctrinales, sino más bien exhortaciones y arranques poéticos o sentimentales que quieren sobre todo traducir y excitar la piedad popular, que para esto le ofrecen fórmulas fáciles de retener y de cantar, mucho más que buscar el rigor teológico: por ejemplo los himnos “Deus creator omnium”, “Aeterne rerum Conditior”. Aunque no lo inventó, San Ambrosio al menos adoptó y generalizó el canto alternado de dos coros, la “Salmodia antifónica”. En uno de sus salmos el obispo de Milán exaltó este método: “¿Se dice que yo encanto al pueblo con los himnos? No niego que éste sea un encantamiento. ¿Qué cosa en efecto más conmovedora que la confesión de la Trinidad repetida diariamente por la boca de todo un pueblo, cuando las voces de la muchedumbre, hombres mujeres y niños, con flujo y reflujo, se elevan en un estrépito, semejante al de la mar, de grandes oleadas que se entrechocan y se rompen?”.
Federico Ozanam los juzgaba así: “Plenos de elegancia y de belleza, de un carácter todavía totalmente romano por su gravedad, con un no sé qué de varonil en medio de las tiernas efusiones de la piedad cristiana” (La civilisation au Vle siècle).
A despecho de una traadición quince veces secular y de una rúbrica siempre mantenida en la Liturgia, la crítica contemporánea califica de leyenda la inspiración que a la hora del bautismo del joven Agustín haría brotar espontáneamente en un canto alternado, del pecho del venerable pontífice y de la gargarta del ferviente neófito, el canto del “Te Deum”. Sin embargo nadie puede con verosomilitud atribuir su paternidad a otro Doctor.
A sus talentos de escritos San Ambrosio agrega el de delicioso cultivador del género epistolar. Gustaba de sostener una correspondencia íntima para contarles a su hermana, a sus amigos, los episodios tanto gozosos como dolorosos de su vida de obispo. Y esta era también la ocasión de hacer precisiones exegéticas, dogmáticas o morales. Se dejaba llebar en fin a elevaciones espirituales que entregaban los tesoros ocultos de su alma de pastor a almas particularmente queridas.
Pero, llegado el caso, era el jefe que intervenía para reivindicar la justicia y derrotar a la inquidad. Prueba de ello es la requisitoria que dirigió al emperador Teodosio: “Se cometió en la ciudad de Tesalónica un atentado sin ejemplo en la historia. No estuvo en mi mano el impedirlo, pero me apresuro a manifestar cuán horrible fue. . . Contra vos no tengo ninguna malquerencia; pero me hacéis experimentar una especie de terror. Yo no me atrevería a ofrecer el divino sacrificio en vuestra presencia: la sangre de un solo hombre injustamentevertida me lo impediría, ¿y cómo podría permitírmelo la sangre de tantas víctimas inocentes?.
Es cierto que no está reunida en tratados didácticos la teología de San Ambrosio; pero no por ello es menos segura y completa, fundada sobre la Sagrada Escritura, que el gran Doctor consultaba sin cesar e interpretaba en consonancia escrupulosa con las decisiones de los Concilios. Reprochaba con vehemencia, por el contrario, a los herejes el alterarla con sus lucubraciones.
Su doctrina de la Trinidad, de la Encarnación, de la divinidad de Cristo, de la doble voluntad, divina y humana en la Persona del Salvador, fue conservada e invocada como una autoridad en el Concilio de Calcedonia, luego en la enseñanza de soberanos pontífices tales como San León Magno y San Agatón. Por otra parte, afirma decididamente la maternidad divina y la perpetua virginidad de María.
Acerca de la condición humana, San Ambrosio ve claramente la causa de la decadencia en el pecado original, luego la posibilidad de resurgimiento en la Gracia, fruto de la Sangre redentora de Jesucristo y ofrecida a la iniversalidad de los humanos.
A San Ambrosio debemos también maravillosas precisiones concernientes a los Sacramentos. El Bautismo, por ejemplo, es necesario, y únicamente el que es administrado por la Iglesia. Pero la eficacia del bautismo no depende de la virtud del ministro; por otra parte, en el caso de que sea imposible la recepción del sacramento, el martirio puede supliiiirlo, y aun el solo deseo sincero. La Eucaristía no es solamente un sacramento sino un sacrificio en que el Divino Salvador renueva mediante las manos del sacerdote la inmolación que hizo de Sí mismo en la Cruz.
“Es el Señor Jesús quien proclama: ----Esto es mi cuerpo----. Antes de estas palabras celestiales, existe otra substancia; después de la consagración el cuerpo de Cristo está presente”. La Penitencia se establece para la reconciliación de los pecadores, a condición de que éstos tengan la lealtad de confesar aun sus faltas secretas.---En fin, aunque exaltando la Virginidad, el Obispo de Milán subraya la alta dignidad del matrimonio cristiano, cuya indisolubilidad recuerda, y aparta a sus fieles de enlaces con los paganos y con los herejes.
En esta época el magisterio supremo de la Iglesia aún no dirimía algunas cuestiones oscuras concernientes a la escatología y a los fines últimos. Por lo cual en sus primeros escritos, refiriéndose al cuarto libro de Esdras que él consideraba como auténtico, ¿San Ambrosio parese decir que las almas separadas de sus cuerpos permanecen como en suspenso en una situación indecisa hasta que su suerte definitiva se fije en el Juicio final? Por otra parte, ¿deja entender que todos los fieles, cualesquiera que hayan sido sus caídas en el curso de la vida, serán finalmente salvos? Por el contrario, en sus últimas obras enseña categóricamente la eternidad de las penas del infirno; y no exceptúa de éste a los cristianos prevaricadores. Pero las almas justas que ya no tienen nada que expiar entran, sin dilación, en posesión de la visión beatífica. Y la oración por los muertos podr 160 ayudar eficazmente a las almas cuya expiación no haya sido completa.
En fin San Ambrosio es uno de los primeros y de los más ilustres camperones de la autoridad y de la unidad de la Iglesia: “Donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no hay muerte, sino la Vida eterna” (Sobre el Salmo 40, V, 30).---“No se puede tener parte en la herencia de Pedro sino con la condición de permanecer adherido a su Sede” (De la Penitencia, I, l, cap. Vll). “Es necesario creer lo que dice el símbolo de los Apóstoles que la Iglesia romana conserva siempre y nos propone” (Epístola 42, 5). “La Iglesia es la única guardiana de la Escritura y de la tradición; Ella es la Ciudad de Dios” (Sobre el Salmo ll8, ssermón l5). No hay salvación paraa los que se separan de la Iglesia, en particular para los herejes que la irreformable autoridad de la Iglesia ha condenado y rechazado conforme al Concilio de Nicea.
Con cuánto vigor también, tanto por sus actitudes como por sus declaraciones, supo restablecer San Ambrosio ante los Emperadores la distinción de los dos poderes, el temporal y el espiritual, y reivindicar la primacía del espiritual.
Nació hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. Muy pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde realizó estudios humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado gobernador de Liguria y Emilia, y se instaló en Milán, la capital.
En el año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro. Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
El estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue testigo San Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Murió en Milán en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de Milán.
San Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos, discursos...—, aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales. Las obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados. Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran extraer consecuencias morales.
LOARTE
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SAN AMBROSIO DE MILÁN nació, probablemente en el 339, en Tréveris, donde su padre era prefecto del pretorio de las Galias. Poco después, fallecido su padre, su madre regresó a Roma, donde Ambrosio recibió una educación orientada hacia el derecho. Alrededor del 370 fue constituido gobernador de la Liguria y la Emilia, con residencia en Milán. En el 374, a la muerte del obispo de Milán, que era pro arriano, la elección del sucesor se presentaba difícil a causa de las luchas entre arrianos y católicos; y Ambrosio, que como gobernador asistía para garantizar el orden, fue impensadamente elegido por unos y por otros, aunque todavía era sólo catecúmeno; poco después recibió el bautismo y fue consagrado obispo, y, enseguida, distribuyó sus bienes a los pobres. Luego, en busca de una instrucción más profunda, acudió al presbítero Simpliciano, que después le sucedería en su sede; en esta instrucción, centrada en el estudio de las Escrituras, tuvo mucha importancia la lectura de los padres griegos, especialmente de Orígenes. Ambrosio fue un excelente pastor de almas, que combinó la predicación e instrucción de los fieles con la defensa interna y externa de la fe.
Ambrosio mantuvo una lucha firme contra el paganismo, consiguiendo por ejemplo que no se restituyera a su antiguo lugar en el Senado la estatua pagana de la Victoria; y contra el arrianismo, por ejemplo resistiendo al poder imperial cuando la emperatriz quería ceder una iglesia de Milán a los arrianos. Fue también firme en su actitud con el emperador católico Teodosio, a quien exigió en una ocasión que hiciera penitencia pública, pronto debidamente cumplida, por unas matanzas que había ordenado en Tesalónica (se habló de siete mil muertos) en represalia a unos levantamientos ocurridos allí; el orden de la sociedad civil, decía, corresponde a la potestad civil, y a ella se someten también los obispos; pero el cuidado del pueblo cristiano corresponde a sus pastores, y también a ellos corresponde el juicio moral de las decisiones políticas que toma un cristiano. Sus relaciones con el emperador, que en más de una ocasión le pidió consejo, fueron sin embargo buenas. Ambrosio murió en el 397.
SAN AMBROSIO, a pesar de su actividad incesante, escribió muchas obras; lo cual se comprende mejor al comprobar que muchas de ellas son sermones predicados para la edificación de los fieles y publicados como tales o, después de corregidos, como tratados.
Esto ocurre especialmente con sus obras sobre la Escritura, que ocupan la mitad de su producción literaria. Ambrosio sigue el método alegórico de Orígenes, en busca del sentido espiritual, y con la intención de edificar al pueblo. La mayor parte de sus tratados y sermones son sobre escenas o personajes del Viejo Testamento, y entre ellos destacan sus seis libros Sobre el Hexamerón, la obra de la creación, en la que sigue de cerca la obra del mismo nombre de San Basilio. Sobre el Nuevo Testamento tiene sólo un escrito, el Comentario al evangelio de San Lucas, que es el más largo de los suyos y comprende unas 25 homilías y algunos tratados breves.
Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por los problemas que el arrianismo, aunque en franca disminución, seguía planteando en Milán; dos de ellas están dirigidas al emperador Graciano: Sobre la fe, a Graciano y Sobre el Espíritu Santo. Otra versa Sobre el sacramento de la encarnación del Señor. Otras dos tratan sobre los sacramentos, en concreto sobre el bautismo, la confirmación y la Eucaristía; son Sobre los misterios y Sobre los sacramentos, en que además explica el padrenuestro. En otra, Sobre la penitencia, insiste en que el poder de perdonar lo tiene sólo la Iglesia católica, y también en que el rigorismo de los novacianos está equivocado. La Exposición de la fe se conserva sólo en parte.
Obras morales y ascéticas son, por una parte, los tres libros Sobre los deberes de los ministros, dirigidos a sus clérigos; constituyen el primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la pauta de la obra de Cicerón que lleva el mismo nombre. Por otra parte, tiene varios escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y viudas consagradas a Dios.
Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de circunstancias y" un gran número de cartas: de entre las que él mismo publicó sobreviven unas 90; tienen un interés grande para la historia de la época. Además, Ambrosio compuso muchos himnos, aunque no todos los que se le atribuyen, que se comenzaron a utilizar entonces en la liturgia; para algunos de estos himnos, él mismo había compuesto la música.
A Ambrosio se le había atribuido una obra que desde el siglo xvi se sabe que no es suya y cuyo autor, desconocido, recibe desde entonces el nombre de AMBROSIASTER o pseudo Ambrosio. Esta obra pertenece a la época de Ambrosio y tiene mucho interés, por lo que la hemos de mencionar aquí. Se trata del Comentario a trece epístolas de San Pablo (no se incluye la carta a los Hebreos), con una exégesis profunda y que se inclina mucho más por el método histórico que por el alegórico, aunque sin excluir del todo este último.
Al Ambrosiaster se atribuyen también las Cuestiones del Viejo y del Nuevo Testamento, donde se exponen un gran número de cuestiones exegéticas y dogmáticas; existen dos redacciones de esta obra, al parecer hechas sucesivamente por el mismo autor, una con 127 cuestiones y otra con 150, muchas de las cuales son las mismas.
En todas estas obras del Ambrosiaster se encuentran algunos elementos sobre el pecado original y la gracia que sugieren algunos de los que luego tratará San Agustín.
(340 – 397)
Hijo de un prefecto de pretorio de las Galias, Ambrosio pertenecía a una familia cristiana. Sin embargo, conforme a una costumbre de la época, en vigor sobre todo en las grandes familias, según la cual se retardaba e; bautismo hasta la edad adulta y aun hasta la víspera de la muerte,el niño no fue bautizado.
Huérfano muy pronto, sin embargo pudo, gracias a la solicitud de sus tutores, hacer en Roma serios estudios de gramática, de retórica y familiarizarse con los autores griegos.
Habiendo entrado en la administración imperial, se le asignó Milán, con el título de “Consular” de la provincia de Liguria-Emilia.
En el ejercito de sus funciones tuvo que intervenir para el mantenimiento del orden, a la hora de la elección del sucesor del Obispo Auxencio. En efecto, el difunto era un mantenedor del arrianismo; y aunque tenía sus partidarios, el colegio de electores y el conjunto de los fieles, en mayoría, habían permanecido fieles a la ortodoxia. Valentiniano l había aconsejado “escoger un hombre cuya vida pudiese servir de ejemplo”. La sesión era agitada. Y al hablar en favor de la paz, Ambrosio se mostró tan persuasivo que se vio en él, ya no al funcionario encargado de lograr la calma momentánea, sino al Pontífice capaz de restablecer definitivamente la concordia. Se escuchó una voz que gritó: “¡Ambrosio Obispo!”, y la muchedumbre la repitió con entusiasmo delirante. “Vox populi, voz Dei” . . . La elección por aclamación fue ratificada por el emperador Valentiniano. En el transcurso de algunos días, de algunas semanas a lo más, el recién electo recibió todos los sacramentos, desde el bautismo hasta el Episcopado. Esto ocurría en el año 374. Ambrosio tenía alrededor de 34 años.
Pero este obispo improvisado carecía aun de los primeros rudimentos de la teología. ¡Qué responsabilidad la del cargo de unstruir a los demás siendo uno mismo ignorante! Consciente de la importancia de esta misión, Ambrosio se arrojó con avidez sobre la Sagrada Escritura, luego sobre los aotores cristianos de los dos siglos precedentes, en particular sobre los griegos. Sin embargo, enseñar es la mejor manera de aprender: él mismo se comprenetraba de la doctrina cristiana al exponerla a su pueblo de manera familiar, en parábolas y alegorías, como el Evangelio.
Predicando todavía más con el ejemplo, se despojó de su patrimonio en favor de los pobres, y no temió llegar hasta vender los vasos preciosos de su Iglesia para rescatar cautivos. Su eloguencia y su prestigio se ganaron la confianza y vencieron las últimas vacilaciones de un joven retórico recién instalado en Milán: Agustín, el futuro obispo de Hipona.
Muy pronto se extendió su fama, y su influencia se ejerció mucho más allá de su diócesis. En el año 381 estuvo en el Concilio de Aquilea, que destituyó a varios obispos arrianos; luego se reunía con los obispos del Vicariato de Italia para condenar el apolinarismo; y en el Concilio de Roma de 382 su nombre figura en las actas inmediatamente después del nombre del Papa San Dámaso, antes de los de San Epifanio de Salamina y San Paulino de Antioquía.
Doctor en constante ejercicio por la enseñanza de las verdades de la Fe, Ambrosio tenía que ser al mismo tiempo el defensor de la ortodoxia. Lo fue, hasta enfrentarse, cuando se ofreció el caso, a la insolencia de la herejía y a las descaradas manifestaciones del paganismo expirante. La Emperatriz Justina trata de restaurar el arrianismo en Milán y de concederle una de las basílicas: el obispo desbarata hábilmente la maniobra. En el año 382, el Emperador Graciano manda demostrar la estatua de la Victoria que desde el reinado de Augusto estaba entronizada en el Senado. Los senadores paganos se amotinan, Graciano es asesinado, y ellos explotan la debilidad de su sucesor, Valentiniano ll, un niño de l2 años, para volver a la carga. Su delegado, el fogoso Símaco, pronincia un discurso inflamado. La respuesta de Ambrosio echa por tierra toda su argumentación: aquella estatua no volverá a su antiguo lugar.
En 388, en Calinicum, en la lejana Provincia de Osroene, en el curso de enardecidos enfrentamientos, una sinagoga judía fue quemada por monjes. El Emperador Teodosio resuelve que sea reconstruida a costa del obispo, a quien se considera como responsable. ¿Medida de tolerancia y aun de justicia, diríamos ahora? ¿Pensaba Ambrosio que los judíos eran los primeros fautores de perturbaciones y que la comprención concedida los haría todavía más arrogantes y nefastos? El caso es que en plena ceremonia, no temió apostrofar públicamente al Emperador exigiéndole que anulase su orden. ¡Júzguese por esto del extraordinario ascendiente del obispo sobre la mayor autoridad del mundo a la sazón! “El Emperador está dentro de la Iglesia; no está por encima de ella”, exclamó sin temor el Pontífice.
Eso mismo se hizo todavía más notable cuando ocurrióla matanza de Tesalónica en 390. Habiendo sido muertos algunos funcionarios durante un motín, el emperador había ordenado terribles represalias. Llamada al circo so pretexto de una representación, la población fue exterminada en masa, sin distinción de inocentes y culpables; y a la traición del procedimiento se agregó todavía el herror del crimen. “Si los reyes delinquen, los obispos no deben dejar de corregirlos con justas amonestaciones”. El obispo excomulgó al emperador. Y cuando éste, para excusarse si no para justificarse, invocó el ejemplo del Rey David que había hecho matar a Urías, le respondió el Prelado: “Bien: si lo habéis imitado en el crimen, imitadlo ahora en la penitencia”. La penitencia fue terrible, penitencia pública y prolongada conforme a las costumbres de la época. El príncipe, dominado, subyugado, sufrió esos riesgos y la humillación ante los ojos de su pueblo, rindiéndole además a su vencedor este testimonio: “Entre todos los que yo he conocido solamente Ambrosio merece verdaderamente el ser llamado Obispo”.
OBRAS
Este Doctor es un pastor más que un retórico. Lo cual quiere decir que su enseñanza es más práctica que especulativa. Su cátedra no es la de la Iniversidad sino la de su catedral. Y sus lecciones están más impregnadas de Psicología que de Metafísica.
Por lo demás, su gran cultura literaria siembra sus escritos de citas, o al menos de giros tomados tanto de los autores cristianos como de los profanos, griegos y latinos. “San Ambrisio, dice Fenelon, sigue la moda de su tiempo: le da a su discurso los ornamentos que en su época eran de gran estima”. . . “En él late la tradición de la antigüedad. Los dos escritores cuya imitación es más notable y a menudo demasiado marcada en el genio de Ambrosio son Tito-Livio y Virgilio. Creo poder agregar a Cicerón y Séneca. . . Hay bellos reflejos de la antigüedad en el desigual estilo de su discípulo cristiano. Y lo que hace falta en la forma está compensado por la excelencia del fondo” (Villemain, St. Ambroise, en Biographie universelle). “Aun en los pasajes más austeros hay locuciones que parecen venir de Lucano, de Terencio y aun de Marcial y Ovidio” (B. Thamin, St. Ambroise et la morale chrétienne au lVe siècle, c. Vll).
En cuanto a los escritores aclesiásticos, sus antepasados o sus contemporáneos, Ambrosio conoce sobre todo a Clemente de Alejandría, Orígenes, Dídimo, San Basilio. Una obra exegética primeramente, el Hexamerón, seis libros de homilías sobre episodios del Antiguo Testamento que le proporcionan los temas de exposiciones dogmáticas o de exhortaciones morales: El Paraíso terrenal, Caín y Abel, los Patriarcas, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, los profetas y santos personajes, Elías, Tobías, Job, David sobre todo, cuya apología hace, y del que luego comenta doce salmos, particularmente el ll8. En cuanto al Nuevo Testamento no se posee de él sino un Comentario del Evangelio según San Lucas, en l0 libros.
A ejemplo de Filón, Ambrosio ve en los Patriarcas “las leyes vivas y razonables”, que los cristianos no solamente deben admirar y alabar, sino sobre todo seguir. Nada hay, aun sus faltas, incluidas en el relato bíblico, que no se juzgue con una extrema indulgencia, pues se presentan como “misterios” más que como actos culpables.
En el dominio doctrinal, San Ambrosio se dedica sobre todo a combatir al arrianismo. El tratado “Sobre el Espíritu Santo”, en tres libros, y en fin “El misterio de la Encarnación del Señor” son refutaciones de la herejía al mismo tiempo que exposiciones dogmáticas.
El libro “de los Misterios” y el otro “de los Sacramentos” son lecciones de catecismo sobre el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, dedicados a los recién bautizados.
A propósito de los “Deberes de los ministros”, libro calcado sobre el “De oficiis” de Cicerón en cuanto al método, pero de una inspiración auténticamente evangélica, después de dirigirse primeramente a los clérigos, San Ambrosio trata ampliamente de los principales puntos de la moral cristiana.
“Lo que separa profundamente la moral del Padre de la Igleisa de la del moralista pagano es la noción justa del fin último y la certeza de una vida futura en que la virtud será recompensada y el vicio castigado. De aquí, como consecuencia inmediata, el desprecio de los bienes terrenales, pero un desprecio racional, acompañado de inefables esperanzas y que no rompe, como la apatía estoica, los resosrtes del alma” (R. P. Charles Daniel: La morale philosophique avant et après l’Evangile).
En su tratado sobre “La Fe”, dedicado al emperador Graciano, San Ambrosio expone claramente sus intenciones y el modo que caracterizan sus escritos: “ En el momento de partir para la guerra, oh piadoso emperador, me pides un tratado sobre la Fe cristiana. . . Yo quisiera mejor exortar a la Fe que discutir sobre la Fe. Exortar a la Fe es hacer de ella una ferviente profesión; discutir es un acto de presunción. Y tú no tienes necesidad de ser exhortado, y yo mismo, ante un piadoso deber que cumplir, no me sustraigo de él: puesto que la ocasión de ello se me ofrece a mí, voy a emprender, con una modesta seguridad, una discusión en que se entremezclarán algunos razonamientos y muchos textos escriturarios”.
Vienen en seguida varios opúsculos sobre las Vírgenes y la Virginidad, de los que uno está dedicado especialmente a su hemana Marcelina; otro está destinado a las viudas.
Tres oraciones fúnebres, las de los emperadores Valentiniano y Teodosio, luego la de su propio hermano Satyrus, verdadero grito de dolor y de amor fraterno. Un vehemente discurso contra el obispo arriano de Milán, Auxencio.
En cuanto a los himnos compuestos por San Ambrosio, aunque siempre expresan alguna verdad de fe, evidentemente no son tratados doctrinales, sino más bien exhortaciones y arranques poéticos o sentimentales que quieren sobre todo traducir y excitar la piedad popular, que para esto le ofrecen fórmulas fáciles de retener y de cantar, mucho más que buscar el rigor teológico: por ejemplo los himnos “Deus creator omnium”, “Aeterne rerum Conditior”. Aunque no lo inventó, San Ambrosio al menos adoptó y generalizó el canto alternado de dos coros, la “Salmodia antifónica”. En uno de sus salmos el obispo de Milán exaltó este método: “¿Se dice que yo encanto al pueblo con los himnos? No niego que éste sea un encantamiento. ¿Qué cosa en efecto más conmovedora que la confesión de la Trinidad repetida diariamente por la boca de todo un pueblo, cuando las voces de la muchedumbre, hombres mujeres y niños, con flujo y reflujo, se elevan en un estrépito, semejante al de la mar, de grandes oleadas que se entrechocan y se rompen?”.
Federico Ozanam los juzgaba así: “Plenos de elegancia y de belleza, de un carácter todavía totalmente romano por su gravedad, con un no sé qué de varonil en medio de las tiernas efusiones de la piedad cristiana” (La civilisation au Vle siècle).
A despecho de una traadición quince veces secular y de una rúbrica siempre mantenida en la Liturgia, la crítica contemporánea califica de leyenda la inspiración que a la hora del bautismo del joven Agustín haría brotar espontáneamente en un canto alternado, del pecho del venerable pontífice y de la gargarta del ferviente neófito, el canto del “Te Deum”. Sin embargo nadie puede con verosomilitud atribuir su paternidad a otro Doctor.
A sus talentos de escritos San Ambrosio agrega el de delicioso cultivador del género epistolar. Gustaba de sostener una correspondencia íntima para contarles a su hermana, a sus amigos, los episodios tanto gozosos como dolorosos de su vida de obispo. Y esta era también la ocasión de hacer precisiones exegéticas, dogmáticas o morales. Se dejaba llebar en fin a elevaciones espirituales que entregaban los tesoros ocultos de su alma de pastor a almas particularmente queridas.
Pero, llegado el caso, era el jefe que intervenía para reivindicar la justicia y derrotar a la inquidad. Prueba de ello es la requisitoria que dirigió al emperador Teodosio: “Se cometió en la ciudad de Tesalónica un atentado sin ejemplo en la historia. No estuvo en mi mano el impedirlo, pero me apresuro a manifestar cuán horrible fue. . . Contra vos no tengo ninguna malquerencia; pero me hacéis experimentar una especie de terror. Yo no me atrevería a ofrecer el divino sacrificio en vuestra presencia: la sangre de un solo hombre injustamentevertida me lo impediría, ¿y cómo podría permitírmelo la sangre de tantas víctimas inocentes?.
Es cierto que no está reunida en tratados didácticos la teología de San Ambrosio; pero no por ello es menos segura y completa, fundada sobre la Sagrada Escritura, que el gran Doctor consultaba sin cesar e interpretaba en consonancia escrupulosa con las decisiones de los Concilios. Reprochaba con vehemencia, por el contrario, a los herejes el alterarla con sus lucubraciones.
Su doctrina de la Trinidad, de la Encarnación, de la divinidad de Cristo, de la doble voluntad, divina y humana en la Persona del Salvador, fue conservada e invocada como una autoridad en el Concilio de Calcedonia, luego en la enseñanza de soberanos pontífices tales como San León Magno y San Agatón. Por otra parte, afirma decididamente la maternidad divina y la perpetua virginidad de María.
Acerca de la condición humana, San Ambrosio ve claramente la causa de la decadencia en el pecado original, luego la posibilidad de resurgimiento en la Gracia, fruto de la Sangre redentora de Jesucristo y ofrecida a la iniversalidad de los humanos.
A San Ambrosio debemos también maravillosas precisiones concernientes a los Sacramentos. El Bautismo, por ejemplo, es necesario, y únicamente el que es administrado por la Iglesia. Pero la eficacia del bautismo no depende de la virtud del ministro; por otra parte, en el caso de que sea imposible la recepción del sacramento, el martirio puede supliiiirlo, y aun el solo deseo sincero. La Eucaristía no es solamente un sacramento sino un sacrificio en que el Divino Salvador renueva mediante las manos del sacerdote la inmolación que hizo de Sí mismo en la Cruz.
“Es el Señor Jesús quien proclama: ----Esto es mi cuerpo----. Antes de estas palabras celestiales, existe otra substancia; después de la consagración el cuerpo de Cristo está presente”. La Penitencia se establece para la reconciliación de los pecadores, a condición de que éstos tengan la lealtad de confesar aun sus faltas secretas.---En fin, aunque exaltando la Virginidad, el Obispo de Milán subraya la alta dignidad del matrimonio cristiano, cuya indisolubilidad recuerda, y aparta a sus fieles de enlaces con los paganos y con los herejes.
En esta época el magisterio supremo de la Iglesia aún no dirimía algunas cuestiones oscuras concernientes a la escatología y a los fines últimos. Por lo cual en sus primeros escritos, refiriéndose al cuarto libro de Esdras que él consideraba como auténtico, ¿San Ambrosio parese decir que las almas separadas de sus cuerpos permanecen como en suspenso en una situación indecisa hasta que su suerte definitiva se fije en el Juicio final? Por otra parte, ¿deja entender que todos los fieles, cualesquiera que hayan sido sus caídas en el curso de la vida, serán finalmente salvos? Por el contrario, en sus últimas obras enseña categóricamente la eternidad de las penas del infirno; y no exceptúa de éste a los cristianos prevaricadores. Pero las almas justas que ya no tienen nada que expiar entran, sin dilación, en posesión de la visión beatífica. Y la oración por los muertos podr 160 ayudar eficazmente a las almas cuya expiación no haya sido completa.
En fin San Ambrosio es uno de los primeros y de los más ilustres camperones de la autoridad y de la unidad de la Iglesia: “Donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no hay muerte, sino la Vida eterna” (Sobre el Salmo 40, V, 30).---“No se puede tener parte en la herencia de Pedro sino con la condición de permanecer adherido a su Sede” (De la Penitencia, I, l, cap. Vll). “Es necesario creer lo que dice el símbolo de los Apóstoles que la Iglesia romana conserva siempre y nos propone” (Epístola 42, 5). “La Iglesia es la única guardiana de la Escritura y de la tradición; Ella es la Ciudad de Dios” (Sobre el Salmo ll8, ssermón l5). No hay salvación paraa los que se separan de la Iglesia, en particular para los herejes que la irreformable autoridad de la Iglesia ha condenado y rechazado conforme al Concilio de Nicea.
Con cuánto vigor también, tanto por sus actitudes como por sus declaraciones, supo restablecer San Ambrosio ante los Emperadores la distinción de los dos poderes, el temporal y el espiritual, y reivindicar la primacía del espiritual.
Nació hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. Muy pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde realizó estudios humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado gobernador de Liguria y Emilia, y se instaló en Milán, la capital.
En el año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro. Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
El estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue testigo San Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Murió en Milán en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de Milán.
San Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos, discursos...—, aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales. Las obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados. Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran extraer consecuencias morales.
LOARTE
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SAN AMBROSIO DE MILÁN nació, probablemente en el 339, en Tréveris, donde su padre era prefecto del pretorio de las Galias. Poco después, fallecido su padre, su madre regresó a Roma, donde Ambrosio recibió una educación orientada hacia el derecho. Alrededor del 370 fue constituido gobernador de la Liguria y la Emilia, con residencia en Milán. En el 374, a la muerte del obispo de Milán, que era pro arriano, la elección del sucesor se presentaba difícil a causa de las luchas entre arrianos y católicos; y Ambrosio, que como gobernador asistía para garantizar el orden, fue impensadamente elegido por unos y por otros, aunque todavía era sólo catecúmeno; poco después recibió el bautismo y fue consagrado obispo, y, enseguida, distribuyó sus bienes a los pobres. Luego, en busca de una instrucción más profunda, acudió al presbítero Simpliciano, que después le sucedería en su sede; en esta instrucción, centrada en el estudio de las Escrituras, tuvo mucha importancia la lectura de los padres griegos, especialmente de Orígenes. Ambrosio fue un excelente pastor de almas, que combinó la predicación e instrucción de los fieles con la defensa interna y externa de la fe.
Ambrosio mantuvo una lucha firme contra el paganismo, consiguiendo por ejemplo que no se restituyera a su antiguo lugar en el Senado la estatua pagana de la Victoria; y contra el arrianismo, por ejemplo resistiendo al poder imperial cuando la emperatriz quería ceder una iglesia de Milán a los arrianos. Fue también firme en su actitud con el emperador católico Teodosio, a quien exigió en una ocasión que hiciera penitencia pública, pronto debidamente cumplida, por unas matanzas que había ordenado en Tesalónica (se habló de siete mil muertos) en represalia a unos levantamientos ocurridos allí; el orden de la sociedad civil, decía, corresponde a la potestad civil, y a ella se someten también los obispos; pero el cuidado del pueblo cristiano corresponde a sus pastores, y también a ellos corresponde el juicio moral de las decisiones políticas que toma un cristiano. Sus relaciones con el emperador, que en más de una ocasión le pidió consejo, fueron sin embargo buenas. Ambrosio murió en el 397.
SAN AMBROSIO, a pesar de su actividad incesante, escribió muchas obras; lo cual se comprende mejor al comprobar que muchas de ellas son sermones predicados para la edificación de los fieles y publicados como tales o, después de corregidos, como tratados.
Esto ocurre especialmente con sus obras sobre la Escritura, que ocupan la mitad de su producción literaria. Ambrosio sigue el método alegórico de Orígenes, en busca del sentido espiritual, y con la intención de edificar al pueblo. La mayor parte de sus tratados y sermones son sobre escenas o personajes del Viejo Testamento, y entre ellos destacan sus seis libros Sobre el Hexamerón, la obra de la creación, en la que sigue de cerca la obra del mismo nombre de San Basilio. Sobre el Nuevo Testamento tiene sólo un escrito, el Comentario al evangelio de San Lucas, que es el más largo de los suyos y comprende unas 25 homilías y algunos tratados breves.
Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por los problemas que el arrianismo, aunque en franca disminución, seguía planteando en Milán; dos de ellas están dirigidas al emperador Graciano: Sobre la fe, a Graciano y Sobre el Espíritu Santo. Otra versa Sobre el sacramento de la encarnación del Señor. Otras dos tratan sobre los sacramentos, en concreto sobre el bautismo, la confirmación y la Eucaristía; son Sobre los misterios y Sobre los sacramentos, en que además explica el padrenuestro. En otra, Sobre la penitencia, insiste en que el poder de perdonar lo tiene sólo la Iglesia católica, y también en que el rigorismo de los novacianos está equivocado. La Exposición de la fe se conserva sólo en parte.
Obras morales y ascéticas son, por una parte, los tres libros Sobre los deberes de los ministros, dirigidos a sus clérigos; constituyen el primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la pauta de la obra de Cicerón que lleva el mismo nombre. Por otra parte, tiene varios escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y viudas consagradas a Dios.
Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de circunstancias y" un gran número de cartas: de entre las que él mismo publicó sobreviven unas 90; tienen un interés grande para la historia de la época. Además, Ambrosio compuso muchos himnos, aunque no todos los que se le atribuyen, que se comenzaron a utilizar entonces en la liturgia; para algunos de estos himnos, él mismo había compuesto la música.
A Ambrosio se le había atribuido una obra que desde el siglo xvi se sabe que no es suya y cuyo autor, desconocido, recibe desde entonces el nombre de AMBROSIASTER o pseudo Ambrosio. Esta obra pertenece a la época de Ambrosio y tiene mucho interés, por lo que la hemos de mencionar aquí. Se trata del Comentario a trece epístolas de San Pablo (no se incluye la carta a los Hebreos), con una exégesis profunda y que se inclina mucho más por el método histórico que por el alegórico, aunque sin excluir del todo este último.
Al Ambrosiaster se atribuyen también las Cuestiones del Viejo y del Nuevo Testamento, donde se exponen un gran número de cuestiones exegéticas y dogmáticas; existen dos redacciones de esta obra, al parecer hechas sucesivamente por el mismo autor, una con 127 cuestiones y otra con 150, muchas de las cuales son las mismas.
En todas estas obras del Ambrosiaster se encuentran algunos elementos sobre el pecado original y la gracia que sugieren algunos de los que luego tratará San Agustín.
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