Nace José Félix Esquivel y Aldao ("El Fraile Aldao")
(Mendoza, 1785 - 1845). Ex fraile mercedario y militar, llegó a ser general y caudillo federal indiscutido de la provincia de Mendoza. Su capacidad como militar y su crueldad llegaron a ser legendarias, y la biografía que escribió de él Domingo Faustino Sarmiento, en gran parte novelada, alimentó mucho su leyenda. No fue un mal gobernante e hizo mucho por su provincia, pero también fue, posiblemente, el más cruel de los caudillos federales.
De fraile a coronel
Nació en Mendoza en octubre de 1785, hijo de un capitán de ejército procedente de la que hoy es provincia de Santa Fe - se presume que el apellido original era Esquivel Aldao - y hermano de dos militares (uno de ellos Camilo Aldao), que llegaron ambos al grado de coronel. Se educó en el colegio de los dominicos, y muy pronto ingresó en esa orden, ordenándose sacerdote en 1806 y doctorándose en Santiago de Chile.
De regreso a Mendoza, se incorporó al Ejército de los Andes, para hacer la campaña a Chile junto con sus dos hermanos Camilo y Francisco, como capellán de un regimiento. En la batalla de Guardia Vieja tomó sorpresivamente las armas y luchó junto a los soldados, de modo que, por consejo del general Las Heras a San Martín, se incorporó al Ejército como teniente. Su físico fuerte, grande y enérgico era más apropiado para el uniforme que para la sotana por lo que se incorporó al Regimiento de Granaderos a Caballo. Hizo toda la campaña de Chile, combatiendo en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.
En la campaña del Perú, fue elegido para dirigir operaciones de guerrillas en La Sierra (curioso nombre que dan los peruanos a una de las cordilleras más altas del mundo): sublevó las poblaciones indígenas para quitar recursos a los realistas, apoyar al ejército patriota y hacer operaciones menores, con cientos de pequeñas batallas. Como los realistas recurrieron al terror para enfrentarlo, Aldao también respondió con una gran crueldad. Logró en esa guerra su ascenso a teniente coronel.
Regresó a la provincia de Mendoza en 1824, y se dedicó a la producción de vinos; lentamente se haría adicto a la bebida, pero faltaba aún mucho para eso.
En julio de 1825, una revolución dirigida por sacerdotes depuso al gobernador sanjuanino Salvador María del Carril, que estaba llevando adelante una reforma religiosa, copia de la de Rivadavia. Del Carril huyó hacia Mendoza para pedir ayuda, que consistió en un pequeño ejército al mando del coronel José Aldao y sus hermanos Francisco y José Félix. Fácilmente vencieron a los rebeldes, regresando al poder a uno de los más notables jefes civiles unitarios.
La primera guerra civil
Se unió al ejército provincial como comandante de la frontera sur, con sedes alternativas en San Carlos y San Rafael, ganando gran prestigio entre los soldados, los paisanos pobres y los hacendados. Logró un importante éxito contra los indígenas pehuenches que habitaban el actual sur de la provincia de Mendoza en octubre de 1828.
En 1829 estalló la guerra civil, comenzando por Buenos Aires y Córdoba, donde el general unitario José María Paz derrocó a Juan Bautista Bustos, federal. El caudillo riojano Juan Facundo Quiroga pidió ayuda para reponer a Bustos, y el gobernador mendocino le envió un ejército al mando del “fraile” Aldao. Fueron derrotados en La Tablada, y resultó herido; mientras estaba en San Luis le llegó la noticia de que los unitarios, dirigidos por Juan Agustín Moyano, habían derrocado al gobernador y arrestado a sus hermanos.
Regresó rápidamente a Mendoza, donde firmó un tratado de paz con el gobernador, general Rudecindo Alvarado. Pero Moyano se negó a aceptar el tratado y enfrentó a Aldao en Pilar, el 22 de septiembre de 1829. Al comenzar la batalla, mandó matar a Francisco Aldao, enviado por el general a pactar la paz. La victoria quedó del lado de José Félix Aldao, pero al enterarse de la muerte de su hermano, mandó matar a casi todos los oficiales rendidos. Entre ellos murió Francisco Laprida, el que había sido presidente del Congreso de Tucumán, el día de la jura de la Independencia argentina; también Moyano fue fusilado.
Después de la victoria, tomó en sus manos todo el poder militar y político de su provincia y se dio a sí mismo el grado de general. Usó ese poder en la forma más violenta que se pueda imaginar, incluyendo contribuciones forzosas y azotes y penas de muerte a los unitarios (según Ssarmiento, llegaba incluso a la castración de sus adversarios). Organizó un nuevo ejército, con el que acompañó nuevamente a Quiroga en su guerra contra los unitarios de Córdoba. Fueron derrotados por Paz en la batalla de Oncativo; Quiroga huyó y Aldao fue tomado prisionero y llevado a Córdoba.
Varios jefes unitarios pidieron la muerte de Aldao a Paz, pero éste lo mantuvo en prisión, mientras invadía las provincias con gobiernos federales, incluida Mendoza. Allí, el gobernador Corvalán y José Aldao fueron muertos por los indígenas entre quienes habían buscado refugio; Aldao se juró vengar a su hermano.
Tras la captura de Paz, el general La Madrid se lo llevó en su retirada hacia Tucumán, y luego lo deportó a Tarija, en Bolivia, poco antes de su derrota en La Ciudadela.
Campaña al desierto
A fines de 1832 regresó a Mendoza, donde se le dio el cargo de comandante general de la provincia. Hizo una campaña contra los indígenas del sur (mapuches, ranqueles) , y en 1833 hizo otra, combinada con la que había organizado en Buenos Aires el ex gobernador Juan Manuel de Rosas. Entre los jefes que acompañaron a Aldao, se contaron los futuros gobernadores de San Juan, Martín Yanzón y Nazario Benavídez. Su parte de la campaña comenzó como un éxito, llegando al Río Colorado y fijando el límite sur de su provincia en ese río. Pero su retirada fu desastrosa, acechado por la sed y el hambre. De todos modos, el sur de la provincia fue pacificado y se instalaron allí algunos ganaderos chilenos, que invernaban sus ganados en los valles de la cordillera de los Andes.
Se transformó el jefe de los federales del oeste del país, e impuso su autoridad sobre los gobiernos de las provincias vecinas, San Juan y San Luis. Después de la muerte de Quiroga, Aldao se convirtió en un obsecuente servidor de Rosas, además de gobernar por medio de la violencia. Posiblemente ya presentara síntomas de locura (tal vez causada por la sífilis), que lo fue dominando desde que le surgió un tumor en la frente, que lentamente le fue tomando gran parte de su cabeza. Su gobierno fue el más sangriento de los de los caudillos federales.
Su última guerra civil
De regreso a Mendoza, se incorporó al Ejército de los Andes, para hacer la campaña a Chile junto con sus dos hermanos Camilo y Francisco, como capellán de un regimiento. En la batalla de Guardia Vieja tomó sorpresivamente las armas y luchó junto a los soldados, de modo que, por consejo del general Las Heras a San Martín, se incorporó al Ejército como teniente. Su físico fuerte, grande y enérgico era más apropiado para el uniforme que para la sotana por lo que se incorporó al Regimiento de Granaderos a Caballo. Hizo toda la campaña de Chile, combatiendo en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.
En la campaña del Perú, fue elegido para dirigir operaciones de guerrillas en La Sierra (curioso nombre que dan los peruanos a una de las cordilleras más altas del mundo): sublevó las poblaciones indígenas para quitar recursos a los realistas, apoyar al ejército patriota y hacer operaciones menores, con cientos de pequeñas batallas. Como los realistas recurrieron al terror para enfrentarlo, Aldao también respondió con una gran crueldad. Logró en esa guerra su ascenso a teniente coronel.
Regresó a la provincia de Mendoza en 1824, y se dedicó a la producción de vinos; lentamente se haría adicto a la bebida, pero faltaba aún mucho para eso.
En julio de 1825, una revolución dirigida por sacerdotes depuso al gobernador sanjuanino Salvador María del Carril, que estaba llevando adelante una reforma religiosa, copia de la de Rivadavia. Del Carril huyó hacia Mendoza para pedir ayuda, que consistió en un pequeño ejército al mando del coronel José Aldao y sus hermanos Francisco y José Félix. Fácilmente vencieron a los rebeldes, regresando al poder a uno de los más notables jefes civiles unitarios.
La primera guerra civil
Se unió al ejército provincial como comandante de la frontera sur, con sedes alternativas en San Carlos y San Rafael, ganando gran prestigio entre los soldados, los paisanos pobres y los hacendados. Logró un importante éxito contra los indígenas pehuenches que habitaban el actual sur de la provincia de Mendoza en octubre de 1828.
En 1829 estalló la guerra civil, comenzando por Buenos Aires y Córdoba, donde el general unitario José María Paz derrocó a Juan Bautista Bustos, federal. El caudillo riojano Juan Facundo Quiroga pidió ayuda para reponer a Bustos, y el gobernador mendocino le envió un ejército al mando del “fraile” Aldao. Fueron derrotados en La Tablada, y resultó herido; mientras estaba en San Luis le llegó la noticia de que los unitarios, dirigidos por Juan Agustín Moyano, habían derrocado al gobernador y arrestado a sus hermanos.
Regresó rápidamente a Mendoza, donde firmó un tratado de paz con el gobernador, general Rudecindo Alvarado. Pero Moyano se negó a aceptar el tratado y enfrentó a Aldao en Pilar, el 22 de septiembre de 1829. Al comenzar la batalla, mandó matar a Francisco Aldao, enviado por el general a pactar la paz. La victoria quedó del lado de José Félix Aldao, pero al enterarse de la muerte de su hermano, mandó matar a casi todos los oficiales rendidos. Entre ellos murió Francisco Laprida, el que había sido presidente del Congreso de Tucumán, el día de la jura de la Independencia argentina; también Moyano fue fusilado.
Después de la victoria, tomó en sus manos todo el poder militar y político de su provincia y se dio a sí mismo el grado de general. Usó ese poder en la forma más violenta que se pueda imaginar, incluyendo contribuciones forzosas y azotes y penas de muerte a los unitarios (según Ssarmiento, llegaba incluso a la castración de sus adversarios). Organizó un nuevo ejército, con el que acompañó nuevamente a Quiroga en su guerra contra los unitarios de Córdoba. Fueron derrotados por Paz en la batalla de Oncativo; Quiroga huyó y Aldao fue tomado prisionero y llevado a Córdoba.
Varios jefes unitarios pidieron la muerte de Aldao a Paz, pero éste lo mantuvo en prisión, mientras invadía las provincias con gobiernos federales, incluida Mendoza. Allí, el gobernador Corvalán y José Aldao fueron muertos por los indígenas entre quienes habían buscado refugio; Aldao se juró vengar a su hermano.
Tras la captura de Paz, el general La Madrid se lo llevó en su retirada hacia Tucumán, y luego lo deportó a Tarija, en Bolivia, poco antes de su derrota en La Ciudadela.
Campaña al desierto
A fines de 1832 regresó a Mendoza, donde se le dio el cargo de comandante general de la provincia. Hizo una campaña contra los indígenas del sur (mapuches, ranqueles) , y en 1833 hizo otra, combinada con la que había organizado en Buenos Aires el ex gobernador Juan Manuel de Rosas. Entre los jefes que acompañaron a Aldao, se contaron los futuros gobernadores de San Juan, Martín Yanzón y Nazario Benavídez. Su parte de la campaña comenzó como un éxito, llegando al Río Colorado y fijando el límite sur de su provincia en ese río. Pero su retirada fu desastrosa, acechado por la sed y el hambre. De todos modos, el sur de la provincia fue pacificado y se instalaron allí algunos ganaderos chilenos, que invernaban sus ganados en los valles de la cordillera de los Andes.
Se transformó el jefe de los federales del oeste del país, e impuso su autoridad sobre los gobiernos de las provincias vecinas, San Juan y San Luis. Después de la muerte de Quiroga, Aldao se convirtió en un obsecuente servidor de Rosas, además de gobernar por medio de la violencia. Posiblemente ya presentara síntomas de locura (tal vez causada por la sífilis), que lo fue dominando desde que le surgió un tumor en la frente, que lentamente le fue tomando gran parte de su cabeza. Su gobierno fue el más sangriento de los de los caudillos federales.
Su última guerra civil
En 1839 comenzó una nueva guerra civil, pero no afectó a Mendoza hasta la invasión de Juan Lavalle a La Rioja, después de su derrota en Quebracho Herrado. En respuesta a una efímera revolución, se hizo elegir Gobernador de la Provincia de Mendoza a principios de 1841 e invadió La Rioja. Lavalle lo esquivó, pero el coronel Flores, segundo de Aldao, derrotó a Mariano Acha en el norte de La Rioja. En seguida derrotó al gobernador riojano Brizuela, que terminó muerto.
Lamadrid atacó hacia el sur, enviando a como vanguardia a los 600 hombres de Mariano Acha, que tomó la ciudad de San Juan.
Aldao se unió con Benavídez y regresó rápidamente sobre San Juan. Pero justo a la salida del desierto lo esperaba Mariano Acha, que lo derrotó completamente en Angaco, en la batalla más sangrienta de las guerras civiles argentinas, favorecido por la sed del ejército federal. Aldao regresó a Mendoza, mientras Benavídez recuperaba San Juan. Acha fue tomado prisionero, y Aldao se vengó de su derrota: hizo fusilar a Mariano Acha y cortar su cabeza, colocándola en lo alto de un poste, a la vista de todos.
Unas semanas más tarde, La Madrid ocupó Mendoza, pero un ejército dirigido por Ángel Pacheco, en el que Aldao era sólo jefe de una parte de la caballería, lo derrotó en Rodeo del Medio. La persecución que siguió a la batalla fue terrible, y fue dirigida por Aldao. Allí terminó la guerra civil.
Últimos años
El resto de su gobierno fue particularmente despótico: declaró "dementes" a todos los unitarios, nombrándoles tutores para que los "cuidasen" y apoderándose de todas sus pertenencias.
Su acción política en el sur de la provincia, donde favoreció obras de riego y el establecimiento de poblaciones en el desierto, fue positiva.
Su último año y medio de vida fue de una atroz agonía: en la frente sobre uno de sus ojos le apareció un bultillo punzante al cual inicialmente se le aplicaron remedios caseros que fueron ineficaces. Cuando el tumor tenía ya casi una pulgada de diámetro su mejor médico personal, creyendo que se trataba de un quiste, le practicó una punción, pero en lugar de surgir humor acuoso surgió sangre, lo que convenció al médico de la malignidad del tumor.
Por ello mandó llamar a la ciudad de Buenos Aires a quien era considerado el mejor médico de la Confederación Argentina en esos días: Miguel Rivera (hijo del orfebre llamado "inca" Rivera). Este médico tenía las mejores intenciones, tal cual se puede leer en la historia clínica del caso. Pero carecía de la capacidad necesaria para tratar enfermedades graves (no administró ningún atenuante del dolor y además de extirpaciones del tejido tumoral visible y cauterizaciones químicas sólo prescribía dietas mínimas que debilitaban aún más a Aldao). Más aún, sólo cuando Aldao estaba in extremis, a pocas semanas de la muerte, reconoció que se trataba de un cáncer (no obstante, aún si Rivera hubiera tratado la afección desde el principio como un cáncer, en esa época la ciencia era totalmente ineficaz).
Así, el 19 de enero de 1845, Aldao delegó el mando en su ministro, el Dr. Celedonio de la Cuesta. A los pocos días falleció. Fue enterrado — por expreso pedido testamentario — con su hábito completo de fraile dominico y también el uniforme de general, uno sobre otro.
Lamadrid atacó hacia el sur, enviando a como vanguardia a los 600 hombres de Mariano Acha, que tomó la ciudad de San Juan.
Aldao se unió con Benavídez y regresó rápidamente sobre San Juan. Pero justo a la salida del desierto lo esperaba Mariano Acha, que lo derrotó completamente en Angaco, en la batalla más sangrienta de las guerras civiles argentinas, favorecido por la sed del ejército federal. Aldao regresó a Mendoza, mientras Benavídez recuperaba San Juan. Acha fue tomado prisionero, y Aldao se vengó de su derrota: hizo fusilar a Mariano Acha y cortar su cabeza, colocándola en lo alto de un poste, a la vista de todos.
Unas semanas más tarde, La Madrid ocupó Mendoza, pero un ejército dirigido por Ángel Pacheco, en el que Aldao era sólo jefe de una parte de la caballería, lo derrotó en Rodeo del Medio. La persecución que siguió a la batalla fue terrible, y fue dirigida por Aldao. Allí terminó la guerra civil.
Últimos años
El resto de su gobierno fue particularmente despótico: declaró "dementes" a todos los unitarios, nombrándoles tutores para que los "cuidasen" y apoderándose de todas sus pertenencias.
Su acción política en el sur de la provincia, donde favoreció obras de riego y el establecimiento de poblaciones en el desierto, fue positiva.
Su último año y medio de vida fue de una atroz agonía: en la frente sobre uno de sus ojos le apareció un bultillo punzante al cual inicialmente se le aplicaron remedios caseros que fueron ineficaces. Cuando el tumor tenía ya casi una pulgada de diámetro su mejor médico personal, creyendo que se trataba de un quiste, le practicó una punción, pero en lugar de surgir humor acuoso surgió sangre, lo que convenció al médico de la malignidad del tumor.
Por ello mandó llamar a la ciudad de Buenos Aires a quien era considerado el mejor médico de la Confederación Argentina en esos días: Miguel Rivera (hijo del orfebre llamado "inca" Rivera). Este médico tenía las mejores intenciones, tal cual se puede leer en la historia clínica del caso. Pero carecía de la capacidad necesaria para tratar enfermedades graves (no administró ningún atenuante del dolor y además de extirpaciones del tejido tumoral visible y cauterizaciones químicas sólo prescribía dietas mínimas que debilitaban aún más a Aldao). Más aún, sólo cuando Aldao estaba in extremis, a pocas semanas de la muerte, reconoció que se trataba de un cáncer (no obstante, aún si Rivera hubiera tratado la afección desde el principio como un cáncer, en esa época la ciencia era totalmente ineficaz).
Así, el 19 de enero de 1845, Aldao delegó el mando en su ministro, el Dr. Celedonio de la Cuesta. A los pocos días falleció. Fue enterrado — por expreso pedido testamentario — con su hábito completo de fraile dominico y también el uniforme de general, uno sobre otro.
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