Ramón García Pizarro funda San Ramón de la Nueva Orán, Salta, la última ciudad que los conquistadores españoles fundan en América.
Fundación de Nueva Orán
En marzo de 1789 fue nombrado gobernador de la provincia de Salta, siendo el segundo gobernador de esa provincia, después de su separación de la de Tucumán. Juró su cargo en Buenos Aires, después de cruzar su provincia sin ejercer el cargo. De regreso, hizo una larga visita al interior de la provincia, por lo que recién asumió su cargo en diciembre de 1791.
Apenas llegado, hizo una visita a la frontera este de su provincia, la más expuesta a los ataques de los indígenas del Chaco, especialmente por los wichí y por los guaraníes conocidos por los españoles como chiriguanos.
Entusiasmado con las posibilidades que, a su entender, ofrecía el Valle de Zenta – en que había existido una misión establecida por los franciscanos – decidió fundar allí una ciudad, especialmente con fines defensivos. A fines de agosto de 1795 fundó en ese valle la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán; en un curioso doble homenaje a sí mismo, le puso su nombre y el de su ciudad natal – aunque el paisaje selvático de la Nueva Orán no se pareciera en nada a la costa desértica de la vieja. Llevó consigo a 150 familias para fundar la ciudad, y puso en funciones el cabildo de la nueva ciudad y parroquia mayor. Fue la última ciudad oficialmente fundada en la actual Argentina antes de la Independencia, y la única – de las que aún existía en 1810 – que no llegó a ser capital de provincia.
En 1794 trasladó la Catedral de Salta al templo que había sido de los jesuitas. Tuvo una actuación muy buena como gobernador, y se le asignó el grado de mariscal.
En marzo de 1789 fue nombrado gobernador de la provincia de Salta, siendo el segundo gobernador de esa provincia, después de su separación de la de Tucumán. Juró su cargo en Buenos Aires, después de cruzar su provincia sin ejercer el cargo. De regreso, hizo una larga visita al interior de la provincia, por lo que recién asumió su cargo en diciembre de 1791.
Apenas llegado, hizo una visita a la frontera este de su provincia, la más expuesta a los ataques de los indígenas del Chaco, especialmente por los wichí y por los guaraníes conocidos por los españoles como chiriguanos.
Entusiasmado con las posibilidades que, a su entender, ofrecía el Valle de Zenta – en que había existido una misión establecida por los franciscanos – decidió fundar allí una ciudad, especialmente con fines defensivos. A fines de agosto de 1795 fundó en ese valle la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán; en un curioso doble homenaje a sí mismo, le puso su nombre y el de su ciudad natal – aunque el paisaje selvático de la Nueva Orán no se pareciera en nada a la costa desértica de la vieja. Llevó consigo a 150 familias para fundar la ciudad, y puso en funciones el cabildo de la nueva ciudad y parroquia mayor. Fue la última ciudad oficialmente fundada en la actual Argentina antes de la Independencia, y la única – de las que aún existía en 1810 – que no llegó a ser capital de provincia.
En 1794 trasladó la Catedral de Salta al templo que había sido de los jesuitas. Tuvo una actuación muy buena como gobernador, y se le asignó el grado de mariscal.
31 de Agosto
San Ramón Nonato
San Ramón Nonato Religioso,
Cardenal. Patrón de las parturientas.Ramón significa:
"protegido por la divinidad"
(Ra=divinidad. Mon=protegido)
Fiesta: 31 de agosto
Se carece de documentación fidedigna sobre los detalles de la vida San Ramón. He aquí lo que hemos podido recoger de la narración de Alban Butler y otras fuentes.
San Ramón nació de familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador, recibió la profesión de Ramón en Barcelona.
Progresó tan rápidamente en virtud que, dos o tres años después de profesar, sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de "redentor o rescatador de cautivos". Enviado al norte de Africa con una suma considerable de dinero, Ramón rescató en Argel a numerosos esclavos. Cuando se le acabó el dinero, se ofreció como rehén por la libertad de ciertos prisioneros cuya situación era desesperada y cuya fe se hallaba en grave peligro. Pero el sacrificio de San Ramón no hizo más que exasperar a los infieles, quienes le trataron con terrible crueldad. Sin embargo, el magistrado principal, temiendo que si el santo moría no se pudiese obtener la suma estipulada por la libertad de los prisioneros a los que representaba, dio orden de que se le tratase más humanamente. Con ello, el santo pudo salir a la calle, lo que aprovechó para confortar y alentar a los cristianos y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos mahometanos. Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. San Ramón no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de ayudarlos.
San Ramón encaró dos grandes dificultades. No tenía ya un solo centavo para rescatar cautivos y predicar el cristianismo a los musulmanes equivalía a la pena de muerte. Pero nada lo detuvo ante el llamado del Señor. Conciente del martirio inminente, volvió a instruir y exhortar tanto a los cristianos como a los infieles. El gobernador, enfurecido ante tal audacia, ordenó que se azotase al santo en todas las esquinas de la ciudad y que se le perforasen los labios con un hierro candente. Mandó ponerle en la boca un candado, cuya llave guardaba él mismo y sólo la daba al carcelero a la hora de las comidas. En esa angustiosa situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle. San Ramón hubiese querido quedarse para asistir a los esclavos en Africa, sin embargo, obedeció la orden de su superior y pidió a Dios que aceptase sus lágrimas, ya que no le había considerado digno de derramar su sangre por las almas de sus prójimos.
A su vuelta a España, en 1239, fue nombrado cardenal por Gregorio IX, pero permaneció tan indiferente a ese honor que no había buscado, que no cambió ni sus vestidos, ni su pobre celda del convento de Barcelona, ni su manera de vivir. El Papa le llamó más tarde a Roma. San Ramón obedeció, pero emprendió el viaje como el religioso más humilde. Dios dispuso que sólo llegase hasta Cardona, a unos diez kilómetros de Barcelona, donde le sorprendió una violenta fiebre que le llevó a la tumba. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió el 31 de agosto de 1240. Cardona pronto se transformó en meta de peregrinaciones. Fue sepultado en la capilla de San Nicolas de Portell.
El Papa Alejandro VII lo incluyó en el Martirologio Romano en 1657.
San Ramón Nonato es el patrono de las parturientas y las parteras debido a las circunstancias de su nacimiento.
La comisión nombrada por el Papa Benedicto XIV propuso suprimir del calendario general la fiesta de San Ramón por la dificultad de encontrar documentos fidedignos sobre su vida.
San Ramón nació de familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador, recibió la profesión de Ramón en Barcelona.
Progresó tan rápidamente en virtud que, dos o tres años después de profesar, sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de "redentor o rescatador de cautivos". Enviado al norte de Africa con una suma considerable de dinero, Ramón rescató en Argel a numerosos esclavos. Cuando se le acabó el dinero, se ofreció como rehén por la libertad de ciertos prisioneros cuya situación era desesperada y cuya fe se hallaba en grave peligro. Pero el sacrificio de San Ramón no hizo más que exasperar a los infieles, quienes le trataron con terrible crueldad. Sin embargo, el magistrado principal, temiendo que si el santo moría no se pudiese obtener la suma estipulada por la libertad de los prisioneros a los que representaba, dio orden de que se le tratase más humanamente. Con ello, el santo pudo salir a la calle, lo que aprovechó para confortar y alentar a los cristianos y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos mahometanos. Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. San Ramón no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de ayudarlos.
San Ramón encaró dos grandes dificultades. No tenía ya un solo centavo para rescatar cautivos y predicar el cristianismo a los musulmanes equivalía a la pena de muerte. Pero nada lo detuvo ante el llamado del Señor. Conciente del martirio inminente, volvió a instruir y exhortar tanto a los cristianos como a los infieles. El gobernador, enfurecido ante tal audacia, ordenó que se azotase al santo en todas las esquinas de la ciudad y que se le perforasen los labios con un hierro candente. Mandó ponerle en la boca un candado, cuya llave guardaba él mismo y sólo la daba al carcelero a la hora de las comidas. En esa angustiosa situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle. San Ramón hubiese querido quedarse para asistir a los esclavos en Africa, sin embargo, obedeció la orden de su superior y pidió a Dios que aceptase sus lágrimas, ya que no le había considerado digno de derramar su sangre por las almas de sus prójimos.
A su vuelta a España, en 1239, fue nombrado cardenal por Gregorio IX, pero permaneció tan indiferente a ese honor que no había buscado, que no cambió ni sus vestidos, ni su pobre celda del convento de Barcelona, ni su manera de vivir. El Papa le llamó más tarde a Roma. San Ramón obedeció, pero emprendió el viaje como el religioso más humilde. Dios dispuso que sólo llegase hasta Cardona, a unos diez kilómetros de Barcelona, donde le sorprendió una violenta fiebre que le llevó a la tumba. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió el 31 de agosto de 1240. Cardona pronto se transformó en meta de peregrinaciones. Fue sepultado en la capilla de San Nicolas de Portell.
El Papa Alejandro VII lo incluyó en el Martirologio Romano en 1657.
San Ramón Nonato es el patrono de las parturientas y las parteras debido a las circunstancias de su nacimiento.
La comisión nombrada por el Papa Benedicto XIV propuso suprimir del calendario general la fiesta de San Ramón por la dificultad de encontrar documentos fidedignos sobre su vida.
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